Un blog de Malena Millares

miércoles, 18 de mayo de 2011

JOSÉ LUIS, UN MELILLENSE DE AMARILLO




Tuve la suerte de encontrarme hace unas semanas con José Luis Hernández (JOSÉ LUIS), lateral izquierdo con el dorsal número 3, quien defendió los colores de la UD Las Palmas junto a jugadores como Guedes, Tonono, Aparicio, Oregui, Ulacia, Vegazo, Torrent... 
Nos vimos de manera casual y no pude resistirme y sentarme un rato junto a él para pedirle que me contara cosas de su vida, de sus años y de sus anécdotas alrededor de nuestra entidad amarilla. El pasado septiembre tuvimos la ocasión de estar juntos viendo un partido de Las Palmas en el nuevo estadio; me sorprendió su forma de ser, muy sincero y directo, pero esta vez tuve el placer de escucharle de manera distendida, anticipándole que lo que me contase lo iba a compartir con ustedes en el blog.

En el mes de noviembre de 1960 llegó a Gran Canaria para hacer el servicio militar y, posteriormente, fue fichado por varios clubes de fútbol: San Cristóbal, Aficionado de Las Palmas, y Artesano, equipo del cual provino antes de entrar en la UD Las Palmas, donde permaneció nueve temporadas. Entró en la entidad en Segunda División en 1962, siendo el míster Vicente Dauder. Más tarde, Ochoa, Molowny y Hector Rial, fueron otros de sus entrenadores. 
Al preguntarle cómo se definía como jugador, fue contundente: “Viril y expeditivo; duro, pero no patero; trabajador, un peón disciplinado”. Recuerda bien las palabras de Luis Molowny: “No intentes hacer lo que hace Germán, sino tu trabajo, porque si te meten un gol te vas al banquillo. Un edificio se hace con arquitectos y peones, y tú eres un peón”. 
Durante los años que estuvo en la entidad amarilla fueron muchos los jugadores que quisieron correr suerte en otros equipos de la península, pero se aplicaba lo que se denomina “derecho de retención". El club subía un 10% la ficha de los futbolistas y ya no se iban, quedaban “retenidos”.
Solamente Oregui y José Luis eran los peninsulares del grupo, los demás eran canarios.  Por eso opina que será muy difícil conseguir un once como el de entonces, ya que en el fútbol actual lo que se estila es la compra-venta de jugadores, sin retención de los canteranos, de los cuales, afirma, siempre salen buenos elementos, y muchas veces  un equipo se refuerza con hombres con lesiones solapadas que quitan hueco a la cantera. 

Por aquellos tiempos el F.C. Barcelona estuvo detrás de algunas de nuestras figuras canarias; el Real Madrid quiso a Tonono y el Atlético de Madrid a Germán. José Luis comenta, con mucha gracia, que nadie se interesaba por él, por eso García Panasco estaba totalmente tranquilo, porque nunca fue tentado.
A lo largo de su carrera metió cuatro goles. Antes de un partido contra el Recreativo de Huelva, el presidente de la entidad andaluza, J.L. Martín Berrocal, había prometido a sus jugadores que premiaría a los goleadores con un jamón serrano. Se dio la circunstancia, sin embargo, de que fue nuestro defensa quien marcó en propia puerta. Al enterarse de lo prometido, llamó a Berrocal para que saldase su deuda con él. Quince días más tarde recibió en su casa el preciado jamón.

En Canarias, en aquella época, había puerto franco (libre de impuestos), por lo que a los jugadores residentes en las islas les hacían encargos cuando viajaban a la península. Ufarte, del Atlético de Madrid, le pidió una vez a José Luis que le llevase un transistor con FM. Ambos se iban a enfrentar en el antiguo Metropolitano de Madrid; al empezar el partido, habían ya acordado que la radio se la vendería por mil quinientas pesetas. En un lance del encuentro, el defensa canario le dio una fuerte patada al balón para despejarlo, pero fue hacia la pierna del rojiblanco dejándolo tirado en el césped. José Luis, preocupado por el daño ocasionado y temiendo el enfado de Ufarte, le dijo: “¿Qué? ¿Sigue en pie lo del transistor?” A lo que él respondió: “Sí, pero la próxima vez no me des tan fuerte”.

En otra ocasión en la que nos enfrentábamos con el Deportivo de La Coruña, en Riazor, detrás de una de las porterías había un descampado, es decir, no había gradas ni nada por el estilo. Cuando el balón salía desviado por la línea de fondo se perdía a lo lejos y había que ir a buscarlo, pues no era como hoy que enseguida aparece otro balón. Esta vez, nuestro avispado jugador consiguió pactar, en lo que se iba a buscar la pelota para el saque de esquina, la venta de nada menos que ocho impermeables de plástico a los fotógrafos allí sentados, y todo ello con la negociación pertinente sobre el precio.

No pude evitar, mientras lo relataba, pensar en lo atrevidos y ocurrentes que eran los futbolistas por aquel entonces. En Alicante, concentrada Las Palmas en un hotel el día antes de un partido, él, junto a otros jugadores, llamaron por teléfono al Dr. Emilio Tomé al que apodaban “el gran viejo pulpo”, apodo bien aceptado por el médico del equipo. Se hicieron pasar por locutores de una emisora alicantina, preguntándole durante un gran rato por el estado y las lesiones posibles de los futbolistas amarillos, intentando sonsacarle cualquier información. D. Emilio, apurado, les respondía que no podía desvelar nada porque el entrenador no lo permitía, pero no evitó que se le escapase 'alguna cosilla' sobre los jugadores,  puntualizando siempre que el ánimo de los muchachos estaba intacto. Grabaron la conversación en un magnetofón de los antiguos, y cuando colgaron el teléfono, al unísono dijeron: “Esta ha sido la entrevista al gran viejo pulpo”, frase que quedó grabada en el viejo aparato. A la hora de la cena, invitaron a Molowny a escuchar la entrevista que una emisora de radio alicantina le había hecho al Dr. Tomé. Todos estaban atentos; el entrenador, a medida que avanzaba la grabación, reprochaba al médico el haber desvelado algunas cuestiones internas del equipo. Los jugadores implicados esperaban inquietos el final; cuando el resto de la expedición escuchó lo del “gran viejo pulpo” comenzaron a reír a carcajada tendida. García Panasco, Molowny y el Dr. Tomé, se sintieron aliviados.

Muchas anécdotas tiene José Luis Hernández por contar acerca de su carrera deportiva y su experiencia vital. De ahí que lleve ocho meses en la ardua tarea de escribir sus memorias. Tras cincuenta años viviendo en Gran Canaria, él y su guapa y simpática mujer, Minuca, han decidido que es tiempo de cambiar de aires y trasladarse a la península.
Él sabe, y de eso no tiene duda, que aquí tiene amigos desde hace muchos años, que siempre se le recordará con inmenso cariño. Este entrañable matrimonio ha de saber también que en Gran Canaria tiene una amiga más.

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