"Un
equipo de fútbol es como un piano. Necesitas a ocho personas que lo
muevan, y tres que puedan tocar el condenado instrumento" (Bill
Shankly).
Creo
no equivocarme al afirmar que el partido de anoche con el Barcelona
B (0-2), durante muchísimos minutos, fue uno de los mejores que he visto
en el Gran Canaria en los últimos tiempos. Pero si un equipo que
genera tantas ocasiones de gol no es capaz de rematar ni el uno por
ciento de esas ocasiones (incluido el penalti) será porque le falta
algo. No puede ser que llegase tanto a puerta y se diluyera en el
momento final. ¿Mala suerte? Posiblemente, no lo pongo en duda. A
veces se dan estas cosas y el resultado se antoja injusto. Pero la
justicia, tal y como la entendemos, no existe en el mundo del
deporte, aunque tanto se nombre. Efectividad fue lo que tuvo el
equipo contrario: llegó cuatro veces a la meta de Barbosa y metió
dos goles. ¿Qué más tuvimos que hacer ayer para meter un primer
gol y ganar el partido?
Si
lo de anoche se hubiese dado en cualquier otro momento de la
temporada me atrevo a asegurar que estaríamos hablando de otra cosa
y con otro talante: Quizá de un buen partido y mala suerte de cara
al gol. O diríamos, simplemente, que la imagen ofrecida fue buena y
que el entrenador tendría que corregir ciertos defectos. Pero, a
seis jornadas para concluirla y con la mirada puesta en el ascenso,
no podemos opinar lo mismo. El estado anímico cambia por completo y
se puede entrar en la desesperación mientras los puntos de casa se
nos escapan. La mayoría de la grada pitó a Sergio Lobera porque
entendió que no hizo los cambios a tiempo, y que tras el gol del
Barcelona salió a la desesperada con dos delanteros. El desgaste de
la UD Las Palmas en la primera parte hacía presagiar el cansancio de
algunos jugadores en la segunda, como así se vio antes del primer
gol. Sin embargo, el entrenador consideró que no era el momento de
hacerlos y esperó algo más.
Trato
de ver las cosas desde la objetividad. Lobera, a no ser que ocurra
algún imprevisto, hace los cambios cuando el partido está
bastante avanzado. En unos le ha salido bien y hemos ganado y
aplaudido mucho, y en otros, como el de ayer, le salió mal y
perdimos; luego la pitada final en su contra. El técnico, guste
más o menos, es el que manda en el vestuario, y su decisión es la
que prevalece, sea acertada o no. Esto es una verdad de perogrullo
pero a veces se nos olvida, porque por encima de todo damos rienda
suelta a nuestros sentimientos, que tan necesarios son también para
llevar en volandas al equipo hasta la meta.
Después
del mal cuerpo que tengo desde anoche, trato de mirar hacia adelante
y terminar de creerme que la Segunda de este año es muy mediocre,
porque nadie destaca sobremanera y estamos todos en un pañuelo muy
juntitos. Por ello no dejaré de confiar en que tres jugadores, los
que sean, acabarán de tocar este condenado instrumento. Seis
jornadas son muchas, un mundo por delante para que el teclado termine
de sonar bien.
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