Un blog de Malena Millares

viernes, 11 de abril de 2014

ANTONIO AFONSO MORENO, TONONO




El 9 de junio de 1975, día en el que falleció Antonio Afonso Moreno (Tonono), el fútbol español guardó silencio y se vistió de riguroso luto. Apenas unas semanas después de haber jugado su último partido le sobrevino una enfermedad (insuficiencia hepática aguda grave), cuyo desenlace fue la inesperada muerte a los 31 años. En ese mismo instante nació el mito.



De izqda. a dcha., tras el coche fúnebre, Noly, Martin Marrero, Trona, Aparicio, Pepe Juan, Germán, Roque Díaz, Páez, León, Gallego y Castellano.


Tuve la inmensa suerte de verle jugar en el Estadio Insular. Me fascinaban el temple y la  exquisitez de su juego. Nunca olvidaré el partido que se jugó con el Celta de Vigo en el que Tonono marcó un gol. La ovación fue tan ruidosa y prolongada que desde el centro del campo tuvo que levantar los brazos en agradecimiento a la afición. Fueron minutos emocionantes.

La noticia de su fallecimiento corrió como la pólvora: ¡Tonono ha muerto! Me sorprendió cómo podía afectarme tanto la ausencia de alguien a quien no había conocido personalmente. Con el tiempo comprendí que poco importa si has estado o no cerca de una persona para sentir por ella admiración, e incluso algo más, aprecio, porque todo depende de la luz que irradie ese ser. Y en Tonono había mucha luz, mucha ternura, al menos para mí. Una de las siguientes fotos corresponde a un escrito mío publicado en en La Provincia tras su fallecimiento. En él queda patente lo que sentí en aquellos tristes días.



Tono (como le llamaba su familia) destacó en algunas disciplinas deportivas durante su adolescencia. La lucha canaria y la natación fueron dos de ellas. Varios entrenadores pretendieron reclutarle para sus clubes, pero siempre se decantó por el fútbol al que le dedicó gran parte de su corta vida. Fue un joven disciplinado y constante con lo que se proponía. Empeñado en dejar de ser delgado como era, y deseando adquirir una buena forma física, se levantaba de madrugada e iba a correr a diario antes de ir al colegio. Lo hacía por un terreno de plataneras cercano a su casa. Pero ocurrió algo sorprendente: el dueño de la finca se percató de que durante las noches desaparecían racimos de plátanos, por lo que decidió vigilar sus dominios a horas intempestivas. ¿Quién fue el cazado? Pues un buen muchacho que hacía carreras al alba para ponerse fuerte como un toro. Todo se aclaró posteriormente, como era de esperar.
Como futbolista profesional su afán de superación era constante. Formaba un ovillo con muchos calcetines, a modo de pelota, y lo colgaba atado a una cuerda lo más alto posible. La finalidad era saltar y darle con la cabeza a este singular balón. Cada día lo subía un poco más, y un poquito más, siempre intentando mejorar la marca. 
Sorprendente era su sentido del deber. Tras recibir un fuerte golpe se le hinchó un tobillo  y hubo que vendarlo. El entrenador le advirtió que estando 'tocado' sería imposible que jugase el partido de la siguiente jornada; pero Tonono le espetó: “Si el pie me ha entrado de esta manera en el zapato, también me entrará en la bota”.



Su familia lo define como 'hombre de pocas palabras',  poseedor de un gran sentido del humor y buen talante; socarrón, generoso, hospitalario y gran amigo de sus amigos: Juanito Guedes, Federico Páez, Ernesto Aparicio, Trona y Gallego. Era tremendamente respetuoso con todos sus compañeros, incluso con los de otros equipos; si alguien le hacía un comentario altisonante sobre algún jugador, de forma tajante contestaba: Fulano de tal (nombre y apellido del referido) es un buen futbolista y es mi amigo. De esta manera zanjaba cualquier posible discusión.


                                            En esta foto con su madre, Carmen.

La certeza de su grandeza, de todo aquello que desde la grada intuía, la tuve al conocer esta anécdota: Llegando a Arucas, ciudad donde vivía, se encontró por la carretera a su gran amigo Perico, albañil, que regresaba caminando a su casa después del trabajo. No sólo paró para llevarle, sino que, además, le invitó al restaurante 'Montaña de Arucas' a un enyesque. El local entonces tenía dos bares: uno para los pudientes y el otro para la clase obrera. A este último se podía entrar vestido de cualquier manera, no así en el otro. Tonono llevaba puestos unos mocasines (un tipo de calzado que usaba mucho) y Perico sus alpargatas de trabajo. Al llegar a la puerta del primer bar le indicaron que con ellas no se podía entrar, y D. Antonio Afonso Moreno, sin pensarlo dos veces, hizo un intercambio de zapatos en la misma puerta. Sabía, perfectamente, que a él no le impedirían el paso, por lo que entraron los dos amigos.

Muchas han sido las vivencias y anécdotas de un hombre que nos dejó siendo muy joven. Desde aquel luctuoso suceso, hace 39 años, ha pasado un largo tiempo. Sin embargo, quienes le vimos jugar, tenemos esa  agradable sensación de que Tonono nunca se fue del todo, y así hemos transmitido a nuestros hijos este sentimiento. Por eso, nuestro 'Arucas', el central con el dorsal número 5, sigue siendo recordado con inmenso cariño.

Doy gracias a su hermana y a su cuñado, Olga Afonso y Gonzalo Cruz, por haber confiado en mí y acogerme una tarde en su casa, permitiéndome recorrer los álbumes familiares. También, y de manera especial, por compartir conmigo esas emociones que normalmente quedan en familia: nostalgias, recuerdos, y alguna lágrima que otra.




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