El descenso
de la UD Las Palmas a Segunda División A no ha sido noticia
inesperada. Acabó la temporada anterior enferma, y comenzó la actual
sin que un especialista diera solución a su mal. Un año deportivo
de lo más aciago, porque, desde la pretemporada, sus dirigentes no atinaron con la fórmula para apuntalar
las columnas de un edificio que llevaba meses tambaleándose. Y de
aquellos polvos, estos lodos.
Ayer los
futboleros de la provincia de Las Palmas, así como los seguidores
amarillos que viven en diferentes rincones del planeta, sentimos una
rotura en nuestras entrañas.
Aquel
ascenso fallido ante el Córdoba sirvió para que el corazón de los
hinchas de la UD diera un vuelco, convirtiendo un sentimiento de
rabia y frustración en una marea de complicidad con el equipo,
llevándolo en volandas el año posterior hasta el ascenso a Primera.
Paco
Herrera, quien pronunció aquella celebre frase “Nos veremos en la
guagua”, puso la guinda al pastel al contagiar su fe a los suyos.
Araujo marcó el gol en los últimos minutos y el delirio se adueñó
del Gran Canaria.
Pero no
estaba Herrera destinado a continuar llevando las riendas del equipo,
y fue sustituido por Quique Setién.
Con este
último se vivió una etapa dulce, el tiempo más lúcido e
ilusionante de las últimas décadas, acorde con nuestro singular
juego, raso y pausado. Supo extraer lo mejor de sus jugadores, tanto
de los apáticos como de los olvidados. Pero no
estaba tampoco Setién destinado a continuar en la UD Las Palmas, siendo su salida un episodio desasosegante.
Si muy mal
se echó a andar a la actual temporada, y si peor fue haciendo su
recorrido, era de esperar que a falta de cuatro partidos terminara
con un descenso. Márquez, Ortíz, Ayestarán y Jémez fueron, cada
uno a su manera, los que condujeron la etapa más difuminada, sin
facciones en su rostro, de esta entidad.
Pero nada
llega por ciencia infusa. La trayectoria obedece a una planificación
con más errores que aciertos. En fútbol se asciende y se desciende
de categoría, según para quien, con relativa frecuencia, pero
cuando se acomete con dignidad, el dolor se gestiona de manera
equilibrada. Sufrir un descenso en casa, y por goleada, habiendo sido
espectadores de una película que desde el comienzo no ofreció
ninguna duda de su final, produce desazón, y de ahí la desafección
de la hinchada.
Y ahora qué,
cómo se recompone un jarrón roto en tantos pedazos...
Muchos
cambios sustanciales tendrán que verse para que el jarrón pueda
pegarse sin que apenas se noten las fisuras.
Ni esta
afición, ni esta entidad con sesenta nueve años de vida, pueden
andar a la gresca, no nació para esto. El escudo, la pasión por sus
colores y la digna historia que le acompaña no merecen ni
un fallo más de base.
“Arriba
d'ellos”
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