Había
que creerlo, era una cuestión de fe. Amalio me dijo que iría al
Roque Nublo, Araceli a caminar por la avenida marítima, y Daniel a
la playa hasta que el sol bajara. Ninguno de ellos, como tantos
otros, querían tener un percance de salud. El denominador común era
evitar una subida de tensión o cualquier patatús. La Unión
Deportiva se jugaba mucho. Lo del pasado año tenía que ser
enterrado para siempre; la vida nos debía algo hermoso, y lo bueno
estaba por llegar.
Había
que marcar dos goles y no encajar ninguno del Zaragoza. Antes de que
comenzara el partido, incluso antes de que nuestros jugadores
hicieran el calentamiento, el Estadio Gran Canaria en peso era un
clamor: “Sí se puede, sí se puede”. ¡Y se pudo! A pesar de la
ventaja que traía el equipo maño (3-1) nada estaba escrito todavía.
Noventa minutos podían cambiar la historia de dos clubes: uno
quedaría donde estaba y el otro ascendería. Un amigo me hizo ver, y
tenía razón, que a nosotros nos tocaba ayer ser el Zaragoza, el que
remontó un resultado adverso ante el Girona, y así fue.
Había
que mantener una corriente de pensamiento positivo, y eso también se
logró. En los días previos, todos los aficionados colmamos las
redes sociales de ilusión, amor, respeto y lealtad por la Unión
Deportiva Las Palmas, el equipo que ya está de vuelta en Primera
División. Si en el primer gol nos abrazamos con inmensa alegría, en
el segundo lo hicimos con los ojos llenos de lágrimas. Estaba ahí,
el ascenso lo teníamos al alcance de la mano; era cuestión
nuevamente de confianza, de ahuyentar el fantasma del pasado año en
los minutos que quedaban hasta el pitido final.
¡Cuánta
emoción! Lo mejor ya había llegado. Todos nos abrazábamos
pletóricos, algunos llorábamos como chiquillos. Yo me vi en medio
de cuatro hombres como cuatro roperos que casi me asfixian, pero nada
importaba, éramos de Primera, nuestro equipo lo había conseguido.
Miles
de personas que no viven en el archipiélago, pero que siguen a la UD
sin fisuras, y canarios que trabajan en diversos rincones del mundo,
vivieron este partido con la misma emoción que todos los habitantes
de Gran Canaria, y me consta. Las llamadas y mensajes de
felicitaciones no cesan. Esto es tan bonito...
Entre
todos lo logramos. La afición fue el mejor fichaje de este año; su
comportamiento en el antes, el durante y después de la hazaña, y en
toda la temporada, ha sido ejemplar. Aprendimos de algo muy chungo
que afortunadamente quedó atrás. Las peñas, todas, han sido
fundamentales para la consecución del objetivo inicial. La
directiva, a la sombra y sin alharacas, algo a lo que no estábamos
acostumbrados en etapas anteriores, y que particularmente agradezco,
ha hecho un trabajo ímprobo que no siempre ha sido reconocido. Los
jugadores, amén de poner toda la carne en el asador, jugaron con la
cabeza fría, la mayor premisa del entrenador. Ellos y nosotros,
nosotros y ellos, nos llevamos en volandas durante varios días. No
hay que olvidar que todo empezó en el aeropuerto aquella madrugada cuando medio millar de aficionados recibieron al equipo a su regreso de la
península tras una derrota nada halagüeña, pero confiando en lo
que ya es una realidad. Allí, Paco Herrera, sorprendió a todos
vaticinando: “Nos veremos en la guagua”. Y en la guagua, en la
plaza y en el parque nos vimos. Algunos cambiamos el Pío, pío, por
un fuerte Quiquiriquí, de puro gallo.
Este
blog, como los de mis tres compañeros, después de cinco años de
andadura, también está en primera, y no saben cómo me alegra... Mi abrazo enorme a todos.
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